Swami Maitreyananda

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domingo, 10 de noviembre de 2013

SWAMI ASURI KAPILA EN URUGUAY


Swami asuri kapila llega a punta del este, Uruguay. Cotlar solía recordar que había viajado desde Montevideo a Buenos Aires, en 1935, en el mismo barco que Krishnamurti. Esto permite asegurar, siguiendo la gira sudamericana del ex mesías de la Sociedad Teosófica, que la llegada se produjo el 12 de julio en el vapor American Legion. Los esperaba una ciudad convulsionada y dividida ante la visita del conferencista: “La junta central de la Acción Católica Argentina dirigió una nota al director general de Correos y Telégrafos solicitándole se le impidiese hablar por las estaciones radiodifusoras. Su mensaje era considerado disolvente y peligroso para las sanas costumbres nacionales”; mientras que “el diario La Vanguardia, bajo el título, ‘Insolencia de los Nazis Alemanes’ dice lo siguiente: ‘Quisiéramos informar de la persecución contra Krishnamurti, organizada no ya por los reaccionarios argentinos, sino por nazis de la colectividad alemana. La asamblea de los ‘furhers’ decidió que el predicador hindú era judío, y que por lo tanto había que considerarlo ‘un peligro público’”. Las barricadas de la inminente Segunda Guerra Mundial ya comenzaban a poblarse.

¿Se habrá producido algún encuentro durante el breve trayecto, entre aquel matemático aficionado de 22 años y el célebre líder espiritual? Probablemente no, aunque es sugestivo imaginar una conversación privada entre ambos. ¿Cotlar ya adheriría a su filosofía? Es cierto que aún faltaban 14 años para los artículos de Sophia, pero la semilla ya había sido plantada poco antes. En el verano de 1934 Cotlar viajó a Punta del Este para trabajar como pianista. El matemático uruguayo Rafael Laguardia, velando por la economía de su alumno, había conseguido que fuera contratado por la orquesta del hotel British. Durante la temporada, una enfermedad obligó al violinista a dejar su puesto, de manera que el director de la orquesta debió invitar a otro músico para reemplazarlo. Éste aceptó y comunicó la fecha que llegaría su barco para que fueran a esperarlo. En el telegrama agregaba una extraña posdata: “Saludos al pianista”, frase incomprensible ya que Cotlar no lo conocía.

Swami Asuri Kapila según Swami M aitreyananda

Fue a recibirlo con la única referencia de que vendría con un violín debajo del brazo. Mientras esperaba que el barco terminara de amarrar, distraído, rodeado de gente apiñada sobre el muelle, llamó su atención una persona que desde la cubierta lo saludaba con alegría. Primero creyó que lo confundía, pero al bajar a tierra pudo verle el violín y así reconocerlo. El recién llegado lo abrazó como a un viejo amigo, y a modo de presentación le dijo que venía por él y por otros. En el viaje hasta el hotel, si bien sintieron una mutua simpatía, comenzó a dudar del buen juicio de su nuevo compañero, ya que le hablaba de cosas ininteligibles. A los 20 años, para él no había más misterios que la música y las matemáticas. Durante la noche ambos se ganaban la vida tocando en la orquesta, y por el día el violinista intentaba iniciarlo en “materias misteriosas”. Al principio se resistía a entrar a ese nuevo mundo, pero no sólo lo trataba de convencer con argumentos sino que certificaba sus palabras con prodigios.


Una tarde estaban sentados a la sombra de un árbol, en una plaza. Después de que alguien pasara delante de ellos, el violinista le dijo: “Mirá como hago que esa persona se dé vuelta”, e inmediatamente el aludido giró compulsivamente la cabeza para luego seguir su camino. En otra ocasión, al ver caminando a cierta distancia a un conocido, hizo que se tropezara sin ningún motivo aparente. Cuando Cotlar se quedaba solo, su mente matemática buscaba hipótesis normales para entender la extravagante conducta: ¿Loco? ¿Ilusionista? ¿Hipnotizador? ¿Tramposo? pero nada podía explicar lo que venía presenciando.

Durante otro paseo encontraron un perro mal herido, a punto de morir. El violinista lo levantó y lo llevó a la pensión. Esa noche se despertó al escuchar un terrible aullido en la habitación contigua. Como no ocurrió más nada se durmió pensando que el animal había acabado de morir. Sin embargo a la mañana siguiente lo pudo ver sano y jugando, como si nunca le hubiese pasado nada: se había curado en una sola noche. Las maravillas continuaron, como aquel mediodía que, antes de ir juntos a la playa, el violinista le dijo: “Yo me adelanto. Vos escribí un número y una palabra en un papel, guardalo bien en tu habitación, cerrá con llave y alcanzame”. Después de hacer lo que le indicó estuvieron un rato largo bañándose en el mar. Más tarde, mientras tomaban sol y descansaban, el violinista tomó con su mano el dedo índice de su compañero, y escribió en la arena blanca el número y la palabra que Cotlar ya casi había olvidado.

Finalmente las evidencias terminaron por acorralarlo. Desde entonces también él comenzó a hacer preguntas. Fue así que se enteró de la existencia de personas especiales, llamadas mediums, de cómo reconocerlos y de secretas instrucciones basadas en técnicas de yoga para desatar y controlar sus habilidades. El nombre del insólito compañero resultó ser César Della Rosa. Había nacido en París en 1901, y después de la Primera Guerra Mundial inició un largo periplo por el Oriente, conociendo a diversos maestros, entre ellos a Sri Ramana Maharishi. Fue miembro de escuelas esotéricas en India, Nepal y Tíbet; de una de ellas adquirió el nombre de iniciado con el que gustaba hacerse conocer: Asuri Kapila.

Desde una perspectiva parapsicológica y aceptando en principio estos testimonios, se puede decir que Della Rosa fue uno de los últimos grandes dotados que llegaron al Río de la Plata. Este tipo de habilidades pueden considerarse innatas, ya que hasta hoy no se pudo verificar ninguna técnica ni método que las desarrolle, aunque existen casos interesantes en que comienzan a manifestarse a partir de grandes traumatismos físicos o psíquicos. Tal vez la práctica del yoga y los sugestivos ambientes que conoció en su largo recorrido hayan actuado como disparadores de cualidades dormidas.

Swami Asuri Kapila con Maya y Swami Maitreyananda con Mataji

Della Rosa llegó al Uruguay poco antes de los hechos narrados, con la intención de crear instituciones que difundieran el budismo y el yoga, ayudándose con personas que tuvieran características similares a las suyas. Hacia esa meta iba dirigido todo el trabajo sobre Cotlar, pero también sobre otros miembros de la orquesta y hasta sobre personas del pueblo con los que trataba de relacionarse. Cuando tuvo un pequeño grupo convencido comenzó con la segunda parte de su plan, que era la organización en su dormitorio de sesiones de mesas parlantes. A la primera de ellas Cotlar se negó a asistir; pero cambió de idea luego del relato que le hiciera su compañero de habitación, el violonchelista León Donstoy.

Una tenue luz roja invadía la sala permitiendo ver con nitidez el rostro de los asistentes, que sentados alrededor de una mesa grande y redonda permanecían en silencio, con las manos apoyadas sobre el tablero. Al poco tiempo Della Rosa caía en una especie de sueño y comenzaban los raps, los efectos luminosos y pequeños movimientos de objetos; hasta que finalmente la mesa levitaba y podían prenderse las luces a pleno, para que no quedara duda de lo que estaba ocurriendo. Solía flotar durante algunos minutos por sobre la cabeza de los presentes, que estaban obligados a ponerse de pie y elevar sus brazos para mantener el contacto; después lentamente descendía.

Las sesiones se repetían cada noche con más éxito. La noticia corría de boca en boca y había muchos que querían “conversar” con la mesa utilizando el método tradicional del alfabeto, aunque no dijera nada nuevo ni se comunicara con nadie conocido; también solían caer, venidos de la nada, papelitos con mensajes. En el pequeño pueblo todos hablaban del “músico–brujo”, hasta que la dueña de la pensión perdió la paciencia y los echó a todos, abortando así las experiencias.

Cuando terminó el verano y se despedían, Cotlar le preguntó si podría repetir las sesiones, a lo que le contestó que sí, siempre que practicase las instrucciones que le dejaba; pero que debía estar atento a cualquier aviso de peligro. De vuelta en Montevideo, pensó mucho en lo que había sucedido; comenzó a leer y a sorprenderse de que muchos, en otros tiempos y lugares, hubieran tenido experiencias similares a la suya.
Al año siguiente volvió a Punta del Este con el mismo trabajo y casi con los mismos compañeros, aunque esa vez el violinista de la orquesta era otro, nada menos que el después famoso Ian Tomasov. Pronto surgió la propuesta de repetir las sesiones, y ante los primeros intentos volvieron a producirse los mismos fenómenos. Cotlar mencionó algunos hechos que le habían llamado especialmente la atención. Como el caso de un fotógrafo que pidió se impresionara una placa que él había sellado deliberadamente, quedando sorprendido de que el fenómeno se produjera. Ante otra solicitud del nuevo violinista, se escucharon sonar las cuerdas de su instrumento mientras permanecía encerrado en su estuche, para aparecer después fuera, sobre la mesa, sin que nadie pudiera notar cómo había ocurrido.


Swami Maitreyananda.